Escrito por Carlos Samaniego
Jueves, 11 de Noviembre de 2010 08:45
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Opinión
Me contaba en confidencia de café, un alto burukide del partido-guía, de las dificultades de acercar buenos profesionales a la política con la que está cayendo; lo malo es que, dicha afirmación me la reiteraba un empresario no hace muchos días. Cuando uno, por su actividad profesional, un trabajo de alto estatus para el que se ha formado y por el que ha pasado por diversos estadios tiene un salario más que digno de pongamos por caso 4.000€ al mes, es más que difícil que, salvo episodios de esquizofrenia, dé el salto a la política, entendiendo por tal el servicio al ciudadano; claro, que si por el contrario, tenemos personas sin apenas formación o por lo menos contrastada, que no han trabajado en su vida en la actividad privada y sin más expectativas que las de seguir paniaguado, les das esos mismos cuatro mil cada mes, lo normal es que sean capaces de matar a su madre con tal de seguir en el machito. Ya no se trata de la defensa de unas ideas, o una trayectoria política, sino del pago de la hipoteca, el coche o el colegio de los niños… y hasta aquí hemos llegado.
Lo mejor que tiene Obama como Presidente de un gran país, es que allí la libertad ciudadana, y por ende su voto, es sagrada; lo malo es que ese país se llama Estados Unidos y no España, donde las tornas giran por otros derroteros. En USA nadie cuestiona el triunfo, que no por inesperado ha sido sorprendente, del llamado Tea Party, movimiento social que ha puesto patas arriba no sólo la estructura partidaria, sino al mismo gobierno de la nación. La lectura simplista que hacemos por estos lares es que ese fenómeno político es retrógrado, involucionista, reduccionista y no sé cuántos istas más. La realidad americana es que miles, millones de personas cansadas o decepcionadas por el ritmo de las cosas, han optado por políticos que atiendan sus demandas, por auténticos profesionales en el sentido económico del término, y de los que no se pueda sospechar nada más que su voluntad de servicio, toda vez que su vida laboral o económica la tienen resuelta. Y los ciudadanos mandan. Y así y todo, el mismísimo presidente de la nación más poderosa del mundo ha tenido la gallardía de reconocer su derrota, en sonora bofetada, ponerse a disposición de los americanos y tender la mano al acuerdo con los que piensan diferente.
Los modelos son diametralmente opuestos a los que aquí vivimos; será quizá por esto por lo que la clase política es el segundo problema, después del económico, que más preocupa a los españoles que no entienden que les pretenda representar nadie que nunca haya tenido que pagar una nómina, o cobrarla, con el riesgo latente de que su empresa cierre; quien no ha tenido que defender su trabajo contra viento y marea, o quien jamás se ha echado a la espalda jornadas interminables de trabajo, bien por cuenta propia o ajena. Hay quien refería en una entrevista reciente que hay mucho profesionalismo en la política. Error; lo que hay es mucho profesional de la política. Asistimos todos los días a supuestas corrientes renovadoras de quien lleva más de veinte años en el mismo cargo, quien habla de nuevos aires, pero que cuando mandaban otros bien que buscaban el favor del viento , y cuando éste ha dejado de soplar, se tira al capitán por la borda y la marinería a callar.
Toda esta reflexión surge para que cuando lean en los periódicos las luchas intestinas por la confección de las listas a las elecciones locales o autonómicas no se vuelvan locos. La política es así y esto no tiene pinta de que nadie lo remedie. O eso creyeron los grandes partidos políticos americanos con sus elefantiásicas estructuras, cuando de repente te sale un ama de casa cabreada y es capaz de arrastrar miles de votos. Así que no se extrañen si el día menos pensado vemos a La Esteban en la tribuna parlamentaria, cantando desde su reconocida ignorancia las verdades del barquero; y de esto no tendrá la culpa la sociedad, sino los políticos que no han sabido tomar la temperatura, por falta de termostato intelectual, a las necesidades populares. Al tiempo.